Han pasado más de seis meses de haber regresado del monte
Everest, y pienso que finalmente he asimilado lo que esa expedición significa
en mi vida como escalador. Ha sido una oportunidad de renovar todas las ideas y
motivaciones que rondan 24/7 en mi cabeza, de tener una luz clara de
cómo funciona mi cuerpo y mente en esas
altura y sobre todo fueron dos meses de vivir momentos magníficos con gente
excepcional.
En esta publicación quiero contar desde mi experiencia, cómo
fue el proceso del viaje y el día de cumbre; con la visión
de alguien convencido de que el éxito no
se encuentra en un pequeño momento al alcanzar la cumbre; en verdad es el
camino que recorremos y lo que hacemos posteriormente con todo ese cúmulo de
experiencias adquiridas lo que construye el “logro”.
Entiendo que para muchos colegas cada vez que se tiene éxito
en un proyecto, ese éxito se convierte en un trofeo que orgullosamente es
exhibido como muestra de heroísmo y coraje; especialmente con esos logros que
llevan adjetivos poderosos como “la montaña más alta”, “el/la primero/a” o “la
escalada más difícil y peligrosa”, el objetivo de contar esta historia es
transmitir mi sentir de que cada escalada es una aventura inmensurable en
números o adjetivos, como la misma vida.
Pues bien, nuestro viaje comenzó a finales de Marzo del
2013, los integrantes de la expedición fuimos: Carla Pérez, Iván Vallejo-quien fué el jefe de la expedición-,
Oswaldo Freire, Rafael Cáceres (Chapico) y mi persona, Esteban Mena (Topo). El proyecto fue concebido como parte de la planificación del equipo "Somos Ecuador" en el año 2013. El objetivo de la expedición era
escalar el Monte Everest por la ruta normal en su flanco Norte: en el Tíbet, región en que los
budistas llaman a la montaña Chomolungma, que significa Madre del Universo. Las
reglas del juego fueron: intentarlo sin el uso de oxígeno suplementario, no
contar con la ayuda de sherpas de altura al armar campamentos o realizar
depósitos de equipo y sobre todo hacerlo como un equipo, juntos.
Personalmente, el tipo de escalada y montañismo que más me
atrae es aquel que implica dificultad técnica y compromiso: ese navegar en
grandes paredes, tratando de ubicar sabiamente las piezas de un inmenso
rompecabezas vertical, y claro, buscando la gratificante sensación del vértigo…
El monte Everest por la ruta que escogimos no tiene mucho que ver con lo antes
mencionado, más bien la ruta transcurre por terreno caminable y cuando la
geografía rompe en pequeños obstáculos, los años de escaladores buscando la
cumbre han llenado esos escalones con cuerdas y escaleras de las que uno se
aprovecha para subir, entonces: ¿Por qué fui?. Mis razones fueron dos
principalmente: la primera fue la curiosidad y anhelo de experimentar el
compromiso que significa llevar el cuerpo humano más allá de los límites que
nuestra configuración genética nos permite (en la altura); y la segunda viene de cuando alguna
vez escuché a un amigo casualmente comentar: “no existen atajos para la
experiencia”. Esas palabras se convirtieron para mí, al regresar de la pared
sur del Aconcagua, en una forma de concebir el siguiente trecho en mi camino; en
el alma de soñar con la posibilidad de, algún momento, buscar ese mundo vertical
en lugares donde el oxígeno es más rebelde que nunca.
En el camino a la Diosa Madre del Universo fui
buscando abrir una nueva puerta en mi carrera como escalador y finalmente
conseguí abrirla, pero lo más importante es que tuve la oportunidad de llevar
mi percepción de la realidad a nuevas dimensiones.
25 de mayo, 2013; Campo 3, 8.300m.
00h00
He estado toda la noche esperando a que el despertador
suene, impaciente de descubrir lo que la montaña tiene para nosotros; de alguna
manera el significado de este día de cumbre ha cambiado para mí, ya no se trata
únicamente de hacer un gran esfuerzo que en unas cuantas horas nos llevara al
punto más alto de la montaña, ahora siento que se trata de dejar que la montaña
nos conduzca a sus entrañas y, ojalá, nos traiga de regreso, llenos de vida.
La jornada de ayer aún resuena en mi cabeza; el solo pensar
en tratar de preparar un desayuno e ingerirlo, ponerme las botas y comenzar la
jornada acelera mi corazón; somos el único equipo que va a intentar la cumbre
esta noche y eso me reconforta, el sentir que la montaña está solo para
nosotros. Finalmente comenzamos a caminar y todo se sucede muy despacio, la
paciencia y humildad que se necesita para escalar a esta altura es una lección
que agradezco.
04h00
Hace algunos años vi por primera vez la foto de cuando Iván
Vallejo llegó por primera vez a la cumbre del Everest, una de las cosas que más
me llamó la atención es ver sus manos desnudas mientras sostiene la bandera del Ecuador en la
cumbre; gracias al destino, años después en una de tantas conversaciones sobre
montañas, el mismo Iván me narraba lo hermoso de las condiciones climáticas
aquel día; ahora no sé si es mi mente que juega conmigo o simplemente es un
reflejo de la memoria pero esa imagen viene a mi cuando siento este viento
helado en la cara; comienzo a preguntarme: Por qué la montaña no nos permite
disfrutar de un día perfecto?; hace un frío tenaz y este viento es como sal en
una herida, hace que el cansancio se sienta como nunca antes… tal vez es parte
del mensaje. Me consuelo con la idea que ese mismo individuo de la foto esta
ahora junto a mí, nuestros cuerpos están sufriendo pero de alguna manera
extraña nuestros corazones están contentos.
05:00
Cuando pasamos junto a un extraño bulto envuelto en lo que
parece ser un traje de plumas viejo, reconozco que es una forma humana… En el
camino a cualquier cumbre uno se encuentra con toda clase de cosas, algunas son
reales y otras imaginarias; algunas veces esos encuentros inspiran y son la
energía que me motiva a continuar la escalada, pero en esta cumbre en especial,
muchos de esos encuentros son desoladores; cuando paso junto al cadáver de
algún colega que murió en su misión siento tristeza y vuelve a mi cabeza la
pregunta ¿Por qué subir? Hay momentos en los que siento que no existe ninguna
razón y simplemente se trata de una especie de atracción magnética, me siento
como un pequeño tornillo arrastrado por un poderoso imán.
Paramos a tomar un respiro y me siento feliz de estar en
este lugar con grandes amigos, tengo mucha suerte de poder compartir esto con
gente buena. Junto a mí, Carla Pérez, mi compañera de escaladas y en la vida,
se sienta y concentradamente respira mientras contempla el paisaje, en verdad
que le admiro, existen cuatro mujeres en la historia que han logrado subir al
Everest sin Oxígeno, una de ellas murió de cansancio al descender y todas lo hicieron después de algunos intentos. Trato de entender como se siente el ser mujer en estos lugares donde la vida escasea, creo que nunca lo lograré. Le agradezco por poder contagiarme con un poco
de su pasión por estar aquí, compartimos un poco de agua y
continuamos.
07:30
Estoy a 8.650m, más alto que cualquier otra montaña en el
planeta y ahora la Diosa Madre del Universo nos enfrenta al momento más duro de
toda la expedición. Hace un par de horas que la Carlita está teniendo problemas
con el frío en sus manos, cuando le miro a los ojos siento en su mirada la
desesperación de sentir como la circunstancias comienzan a hacernos pensar en
la idea de dar vuelta atrás, después de algunos intentos fallidos por
recalentar sus manos concluimos en que si ella continúa ascendiendo las
posibilidades de tener congelaciones graves que signifiquen amputaciones en sus
dedos son muy altas; en un principio, decidimos que los dos nos vamos a dar la
vuelta: como un equipo... gracias al buen juicio de mi compañera consensuamos en que ella va a
descender sola y yo voy a continuar el ascenso, la Carla es una montañera dura,
ella sabe que no necesita de mi para descender y que a pesar de lo complicado de
las condiciones, todos sentimos el llamado de la altura.
A mi mente viene el recuerdo de su mirada de preocupación al
enterarnos pocas semanas antes del viaje, de que, por el error de uno de los
miembros de la expedición, adquirimos la talla equivocada en su chaqueta de
plumas para la cumbre; hoy, como solución a ese error ella está usando la misma
que usó Iván en muchos de sus ochomiles, aunque estoy seguro que esa prenda
está cargadísima de buena energía y definitivamente le queda mejor que la otra
chaqueta, aún es demasiado grande y con este viento, ese error ahora está
cobrando un precio muy caro; es una lección que nunca olvidaremos.
Nos damos un beso y después de unos metros regreso a ver
como ella se regresa; cada vez que pienso en mi experiencia en el Everest, eso
es lo primero que viene a mi cabeza: la frustración de ver como alguien que ama
la montaña, con más pasión que la mayoría de montañistas que he conocido,
recibe un mensaje muy duro de comprender.
08:00
Después del segundo escalón me reencuentro con Iván Vallejo
y Rafael Cáceres, ellos me preguntan que donde está la Carla, a duras penas
este maldito viento les permite escuchar lo que les explico, el Iván menea la
cabeza frustrado por las condiciones pero al mismo tiempo entiende, él sabe muy
bien que en estas montañas no se puede apostar con esas cosas.
Tratamos de recuperarnos juntos: nos damos ánimos y con
gestos nos sugerimos ingerir algo; antes de comenzar el último tramo Iván
decide darse la vuelta: él también está muy cansado, durante dos meses la
montaña nos ha puesto a prueba con condiciones climáticas muy complicadas y hoy
no es la excepción, y por supuesto está el hecho que después de diez y seis
veces en una cumbre de más de ocho mil metros él sabe muy bien que su cumbre ya fue lograda.
Poco después de comenzar a caminar con el Chapico, me encuentro con Oswaldo que ya baja de la cumbre, me alegro mucho
por él, pero también me entristece el ver que nuestro equipo no pudo mantenerse
junto.
11:00
Las últimas horas de ascenso me cuestan mucho, sé que tengo
la energía suficiente para regresar sano y salvo pero al mismo tiempo tengo
miedo de sentirme débil en un lugar como este, sé que debo confiar en el amor
que tengo por las montañas, y continuar dando lo mejor de mí. Poco antes de la
cumbre me detengo a hacer una toma de Rafael en sus últimos pasos antes de
llegar, me siento satisfecho de que mi mente aún está lucida como para pensar
en esos detalles y camino los últimos metros. Al llegar las emociones se
mezclan en mi corazón, me siento alegre de estar en este lugar con un gran
amigo, agradecido con la montaña por permitirme llegar a sus entrañas pero también
estoy frustrado por el maldito viento que nunca se calla y por no estar aquí
con la Carlita y el Iván.
26 de Mayo, 2013; Campo 3, 8.300m.
08:00
Ayer, Rafael y yo descendimos de la cumbre; luego de llegar
al campo 3 a 8.300m decidimos quedarnos a pasar la noche y continuar con el
descenso al día siguiente. A pesar de que una semana antes cuando consensuábamos
entre todos el plan, decidimos que pase lo que pase todos descenderíamos al
menos hasta el campo 2 (7.700m) después de la cumbre, la idea de descansar
suena en nuestros oídos como el canto de una sirena, demasiado dulce como para
negarse.
Cuando comenzamos el descenso sabemos que hoy debemos llegar
al Campo Base.
19:00
Este es uno de esos días en los que los segundos parecen
minutos, los minutos parecen horas y las
horas ya no tienen sentido. Llevo todo el día descendiendo de la montaña más
alta del planeta, hace horas que las baterías de mi radio murieron y no he
visto a mis compañeros lo suficiente como para saber que deben estar
preocupados por mí. Cuando por fin cae la noche tengo la oportunidad de lanzar
luces desde la arista norte hasta el fondo del valle, sé que ellos necesitan
saber algo de mí. Me siento tranquilo al sentir que mi cuerpo, a pesar de estar
muy cansado, aún está sano, y me reconforto con la lucidez de poder disfrutar
del anochecer.
Poco después el Oswaldo sube desde el campo base un par de
horas con la idea de rescatarme, mis compañeros no me han visto en las últimas
horas y en algún momento incluso llegaron a pensar que había tenido un
percance; siento su tranquilidad al verme entero, cruzamos un par de palabras y
continuamos juntos el descenso. Le agradezco por su preocupación.
3 de Octubre, 2013; California, Estados Unidos.
Mientras la Carlita y yo compartimos una de nuestras cosas
favoritas en la vida: un gran vaso de leche con galletas de chocolate después
de un día de escalada, repasamos cada minuto de la escalada que acabamos de
hacer. Hoy estuvimos escalando en roca todo el día y sentimos que nos merecemos
este regalo, hace ya un mes que estamos en el “Imperio” y aún tenemos un mes
por disfrutar; mientras comentamos lo hermoso que es sentir los cristales de
granito en nuestros dedos mientras gozamos de un cálido otoño, viene a nuestra
mente el recuerdo de la crudeza de las condiciones que vivimos meses atrás en
el Himalaya, cada uno de nosotros vivió experiencias muy fuertes y diferentes
en esos dos meses y sabemos que aún tenemos mucho por entender de esa
experiencia. Cuando veo el brillo en sus ojos al hablar del Himalaya me doy
cuenta de que algún día vamos a volver, que todavía tenemos una cuenta
pendiente.
El Everest visto desde el Campo Base en China
Niños tibetanos de camino al campo base
Los integrantes de la expedición
El campo base avanzado
La ceremonia budista para pedir el favor de la montaña
Ivan Vallejo de camino al Campo 1
Escalera de camino al campo 1
Carla y yo en el Campo 2 (7.700m)
Vista de la cumbre a 8.600m
Topo en la cumbre del Everest
Como este montón de basura hay muchos otros; lo malo de muchas de las montañas mas hermosas del planeta, es que no todos lo que vamos, sabemos cuidarlas.
Gracias Esteban Mena por hacernos partícipes de ese gran sueño cumplido, gracias Carla Pérez por ser una mujer ejemplar cumpliendo tus objetivos con entereza y valor , gracias Chapico, gracias Oswaldo y gracias Iván Vallejo por ser parte de este sueño…Son un grupo maravilloso. Gracias grupo SOMOS ECUADOR por esos días tan intensos que vivimos con ustedes cargados de muchas emociones….!!!
ResponderEliminarY gracias a todas esas personas que con mucho cariño mandaron esas buenas energías.
SOMOS ECUADOR grupo de alto respeto, humildad y profesionalismo.
Susana Ruales